Nadie alcanza la meta con un solo intento, ni perfecciona la vida con una sola rectificación, ni alcanza altura con un solo vuelo. Nadie debe vivir sin cambiar, ver cosas nuevas, experimentar otras sensaciones, y tener la capacidad de corregir sus errores. Nadie tiene el derecho de consumir el amor o la amistad de las personas si uno mismo no la produce.
(Autor Anónimo)

La transferencia

martes, 6 de abril de 2010
Las flores la traen de cabeza. Lleva con los preparativos mas de dos meses y las ha dejado para el final. Está indecisa.
- Ahora se lleva lo minimalista- le dice su madre.
- Bueno, pues que sea minimalista. No más de tres o cuatro flores con unas cuantas varas de lavanda. Un ramo largo, no rechoncho y compacto.
En la floristería le muestran un catálogo con fotografías. La dependienta, una mujer que pasa de los setenta pero que aparenta cincuenta por obra y arte del bisturí, le aconseja las rosas de Singapur. Color vainilla- le dice- las rojas rayan la vulgaridad y olvídese de la lavanda; eso es más propio de una boda en Ibiza.
No piensa transigir con respecto a la lavanda. Siempre ha imaginado su ramo de novia con lavanda, así que la florista asiente. El cliente siempre tiene razón aunque esté equivocado, piensa observando el espléndido anillo que luce la clienta. Oro blanco y diamantes. Wempe, seguro que es de Wempe.
Por la noche, al llegar a su apartamento, no enciende la luz. El resplandor de las farolas se cuela en el salón y dibuja sombras que ella va pisando. Suspira profundamente mientras se despoja del bolso, del portafolios abultado, de la bolsa de una exclusiva tienda de lencería. Su conjunto nupcial de braguita, bustier y liguero ha costado mil doscientos euros. El regalo de sus dos mejores amigas.
Se sienta a oscuras en el sofá desdoblando con lento gesto, está muy cansada, el primoroso envoltorio de papel de seda festoneado de pequeños capullos de rosa. No quiere llorar, se lo ha prometido a sí misma pero le cuesta cumplir esa promesa inútil. Qué más da si lloro o no. Estoy sola en mi casa y nadie va a saber si lloro o río. Su mirada se detiene sobre su dedo anular. En la penumbra el destello de los diamantes le parece un insulto. Shine on you crazy diamond. La canción de Pink Floyd no la abandona desde que lo comprara hace dos meses. Ahora el exclusivo encaje de Chantilly de su bustier de novia se va humedeciendo con redondeles cuajados de tristeza. Espero que no encoja al mojarse, ironiza consigo misma. Y se queda allí, abatida y sola con la certeza de lo inútil desplegada sobre un papel de seda festoneado de pequeños capullos de rosa.

¡Qué murmullo! ¡Qué agitación! ¡Qué locura! Se siente como un candidato desalojado del poder en la noche electoral.
- Y al final ¿os quedáis a vivir en tu apartamento?
- Sí.
- Pero más adelante os mudaréis ¿no?
- Ya veremos. Todavía no lo hemos pensado. Todo ha sido tan rápido...
- ¿En qué parte de Italia dices que viven sus padres?
- En la Liguria, en una ciudad pequeña.
- ¿Éste es el anillo de pedida?
- Sí.
- ¿Es de Wempe?
- No es de buen gusto preguntar el nombre de la tienda cuando te hacen un regalo.
- ¿Vienen muchos invitados de su familia?
- No, apenas se cuentan con los dedos de una mano. Es hijo único.
Han ido a cenar a un restaurante asiático, zen, de super moda. Sus amigas se han empeñado en celebrar una despedida de soltera por todo lo alto. Todas han tenido la suya, más o menos elegante. Las bromas típicas con artilugios sexuales y aditamentos eróticos para la ansiada noche de bodas se suceden.
- Casarse con más de cuarenta tiene sus ventajas- comenta una de ellas- ya has probado unas cuantas pollas y sabes qué esperar de ellas...
Ríen a carcajadas. El camarero, puede ser coreano, filipino o indonesio, no parpadea mientras les sirve los langostinos envueltos en hojaldre de coco y las delicias de pato con setas caramelizadas. El mantel color arena contrasta con la vajilla burdeos. Todo es tan perfecto que hasta la flores temen ajarse en el jarrón de Murano. El resto de comensales las encuadra en el típico grupo de cuarentonas, liberadas y pijas con maridos absorbidos por la empresa y dinero suficiente para rechazar una langosta al cilantro por estar demasiado hecha.
- ¿Por qué has esperado tanto?
La pregunta es una flecha envenenada. Todas saben que Fabio es el primer novio que ha tenido desde los veinticinco y que apenas lleva seis meses con él. Hace como que no ha oído la pregunta. Mira distraída al camarero coreano, filipino o indonesio y le pide una botella de agua mineral. Siente la boca seca. Una lija con sabor a coco y cilantro. Está deseando terminar aquel paripé y salir disparada. Con la excusa de un viaje relámpago a Barcelona tiene que coger el puente aéreo de las siete. No habrá copas tras la cena zen.
Pero la pregunta vuelve como lo hace un boomerang y entonces ella bebe de su copa con la mirada clavada en el mantel, tragándose la respuesta que todas quieren escuchar. No está dispuesta a rendirse ante aquel corral de gallinas consentidas que se pavonean orgullosas por tener un listín de conquistas tan abultado como la guía Michelín y contesta haciendo un esfuerzo.
- No todas las mujeres disfrutan la vida de la misma manera. No sólo los hombres ofrecen satisfacciones. Están la empresa, los viajes, el esquí...
No ha sonado nada convincente. Lo sabe y, nerviosa, vuelve a recurrir al camarero coreano, filipino o indonesio.
- La carta de postres, si es tan amable.
No se rinden.
- ¿Tienes orgasmos deslizándote montaña abajo?
Todas ríen de nuevo. Se siente más sola que nunca. Huye al baño. Los grifos de bambú le resultan fuera de lugar. Se queda un rato allí contemplando su silueta de cuarentona en el espejo minimalista. ¡Es todo tan absurdo!
Se han despedido con un “hasta el día D” y le ha sonado tan vacío que todo el trayecto de vuelta a casa lo emplea en convencer al taxista de que ella es la novia.
- No, que va. La rubia del pantalón ceñido lleva diez años casada con un arquitecto mallorquín.
- ¿Todas esas rubias de la parada están casadas? Perdone usted la indiscreción.
- Todas, yo soy la única que falta.
- Pues no sabe usted dónde se mete, señorita. No lo sabe usted bien...
Es la una de la madrugada y quedan cuatro días para el día D. Una suave brisa despereza las hojas de los árboles. Las estrellas están ausentes de la noche urbana. Antes de hacer girar la llave del portal aspira el aire de este verano que se le antoja tan distinto de otros, tan carente de ilusiones o de planes reales. La tortura de los tacones y las horquillas es el primer suplicio del que se deshace al dejarse caer sobre la cama. Tiene dos mensajes en el contestador.
- Piiiii: Señorita Aldecoa, su traje está listo. Puede recogerlo a partir de hoy en nuestro atelier de la calle Claudio Coello. Saludos.
- Piiiii: Hola, el jueves llegan mis padres. He organizado una cena para que os conozcáis. No te preocupes, todo va a salir bien, bambina. Besos.
Hay una serpiente enroscada en su estómago. Repta de un lado al otro de su sistema digestivo desde hace seis meses. Se alimenta de sus dudas, de sus nervios y sus miserias. Es una solitaria voraz. Se mira al espejo de nuevo. No sabe por qué pero últimamente lo hace constantemente. Los diminutos surcos nasogenianos se han acentuado en las últimas semanas. Forman un paréntesis a ambos lados de su sonrisa turbia. Sus ojos sólo brillan bajo el efecto del alcohol o las lágrimas. Ha descubierto que una mujer se puede emborrachar de pena.
No puede concentrarse en la reunión del día siguiente y aunque ha decidido trabajar hasta la víspera de la boda sabe que su rendimiento será nulo. La transferencia, piensa. Tengo que hacerla el viernes. También recoger los papeles de la agencia y preparar la maleta para lo de la Polinesia... Se sonríe a sí misma mientras se cepilla los dientes. En lugar de “luna de miel” ha dicho “lo de la Polinesia”. Un detective hallaría indicios muy reveladores en este cambio de nomenclatura tan inocente.
Pero ahora no quiere pensar en nada. Tan sólo dejarse llevar por el sueño. La serpiente ha decidido descansar también.

En lugar de adelgazar como todas las novias, ella ha cogido un par de kilos. Siempre le han engordado los nervios. Pica a todas horas y en el atelier de Claudio Coello han notado ese orondo michelín que se le marca bajo el brocado del tejido exquisito de a más de doscientos euros el metro.
- Tiene que hacer la dieta de la sopa quema grasas. Es infalible. En dos días se quita un kilito por lo menos. ¡Esa tripita!... Eso, o una fajita.
Odia los diminutivos con toda su alma. Hay montones de mujeres, sobre todo en el comercio, que los utilizan sin ton ni son. Liguerito, vestidito, pulserita de diamantes (incluso con las piedras preciosas lo ha notado). No lo puede soportar. Como si el refinamiento se midiera por el número de itos intercalados en la conversación. Hay un personaje de los Simpson que habla así pero ese sí que le hace gracia. Es más real que todas esa mujeres serviles y rancias.
Ha ido sola a recoger el traje. Ha conseguido engañar a su madre para no tener que soportar sus comentarios sobre el modelo que ha elegido. Que si demasiado atrevido para tu edad, que si esa tela es carísima, que si ya te lo podía haber regalado Fabio. Bastante tendrá que aguantarla el resto de sus días cada vez que la obligue a ver las fotos, cada vez que le eche en cara todo lo que está por venir.
Y ahora, tras el trámite del traje, lo que más le preocupa es la cena con los padres de Fabio.
Han elegido un asador. Algo muy hispánico, con cordero y morcilla de Burgos aunque sean las diez de la noche y estén en el mes de julio. Se ha puesto para la ocasión un vestido negro de Purificación García. De las rebajas, porque con tanto dinero como está gastando y después de la transferencia la cuenta le va a hacer chiribitas. Antes de salir de casa piensa de nuevo en la transferencia.
Los señores Pozzi son muy amables. Aunque apenas comprenden el castellano se esfuerzan vivamente por elogiar a su futura nuera.
- Il nostro figlio e aspettato tanto per sposarsi peró la ragazza e cosí bella e vale la pena aspettare.
La señora Pozzi viste un traje de chaqueta sencillo, más bien raído y de corte desfasado. Al acercarse para besarla ha advertido un leve aroma a naftalina que le ha recordado a su abuela. Su moño, a lo Caballé, está esculpido a fuerza de laca y horquillas. Sus pantorrillas son gruesas, como si retuviera líquidos, pero tiene una mirada cándida y unas pestañas espesas que ha heredado Fabio. Habla pausadamente mirando siempre a los ojos.
El señor Pozzi no para de mirarla tampoco. Estudia cada uno de sus movimientos como queriendo buscar el indicio que le falta para confirmar las sospechas de que Fabio está totalmente encoñado. No es la más atractiva de las novias de su hijo, ni la más joven. Casarse tan precipitadamente es algo incomprensible y además en su mentalidad masculina de machismo secular no cabe una mujer con el aplomo suficiente para ordenar la comanda sin un ápice de duda que ni tan siquiera pide el consejo de su hijo para elegir el vino. Es demasiado masculina. En Italia las mujeres se someten más a la elección de sus maridos. Piensa mientras ataca el cordero.
El Protos ha soltado la lengua y las manos de Fabio. Juguetea bajo la mesa con el bajo de su vestido, deslizando el dorso de su mano por el muslo bronceado de su futura esposa. El señor Pozzi se ha dado cuenta y sonríe complacido. Tiene mi misma fogosidad, debe pensar.
Se despiden hasta el sábado. Mañana Fabio va a llevar a sus padres a Toledo. La acompaña hasta el portal mientras los Pozzi esperan en el taxi. Siente, de repente, la lengua del hombre atragantándola. Y sus pezones asaltados por unas manos ansiosas. El perfume caro del hombre le llega mezclado con el del vino. Se escabulle como puede. Ya en el ascensor, a solas, se debate ante una nueva duda. ¿Ha sido un beso real? Habría jurado que el deseo de Fabio pugnaba bajo su bragueta pero entonces recuerda el Protos y reconociendo el poder inquietante del alcohol no se hace ilusiones. Al salir del ascensor se gira para ver su reflejo en el espejo ahumado. Un rubor descarado embellece su rostro cansado de fingir.

La sesión de belleza ha sido lo más gratificante de los preparativos. Su hermana ha tenido la gran idea de regalarle un bono completo con un “todo incluido” en uno de los spa urbanos que hacen furor en la ciudad.
- Apenas tiene celulitis- le comenta la masajista- su tejido conjuntivo es muy firme para su edad. ¿Cuántos me ha dicho?
No ha mencionado sus años y sonríe por la manera tan diplomática de preguntárselo que tiene la mujer.
- Cuarenta y tres.
Se deja llevar por el placer de aquellas manos recorriendo su piel tan olvidada de estímulos táctiles. Huele a ciprés o tal vez a sándalo no lo puede distinguir. Se oye un murmullo sordo de risas y voces femeninas y unos acordes apenas perceptibles entre los que se distingue el tañido de una campana. No se relaja por completo pues a la par que la esteticista le embadurna la piel del rostro con una mascarilla purificante de algas y centella asiática se empeña en repasar la lista con las cosas que le faltan por hacer: recoger a su prima en Barajas, comprar un bikini nuevo ( el del año pasado no vale para lo de la Polinesia), confirmar la cita en la peluquería para la mañana siguiente, hablar con el encargado del banquete para advertirle de la alergia a la langosta de una invitada, pasarse por la iglesia para pagarle al cura y comprobar los arreglos florales, recordarle al cuarteto de cuerda el orden de las piezas que han de ejecutar (Fabio se ha empeñado en un minueto de Vivaldi, qué le importará a él un minueto o un rondó), entregarle a su hermana la bandeja de plata para que su sobrino que hará de paje lleve las arras, la transferencia. Había olvidado la transferencia y ya son las dos menos cuarto de la tarde. Tendrá que hacerla por teléfono. Se cambia el anillo de pedida del anular al corazón, es el truco que suele utilizar para recordar las cosas. Y al hacerlo Shine on you crazy diamond vuelve a zarandearla con la crudeza de sus acordes.
Con él si que se habría casado con todas las de la ley. Estaba a punto de pedírselo. La evocación de aquel viejo Ford Escort donde se pasaban las horas escuchando a Pink Floyd y haciendo el amor hace a la serpiente revolverse agitada. El aroma a ambientador del coche, los asientos pegajosos donde se retorcían de placer, la mirada perdida de él, su sabor a Bisontes. Todo el relax de la mañana en el spa ha desaparecido por completo. Recuerda por enésima vez el rostro contraído de su hermana dándole la noticia, las convulsiones de su cuerpo negando lo evidente. Las palabras sobredosis, Casa de Campo y anatómico forense reverberando como espejismos ante sus ojos antes de desvanecerse y partirse la clavícula al caer. Las flores de lavanda que tanto le gustaban a él sobre su ataúd.

Va a hacer calor. El tiempo normal de mediados de julio. Las aceras despiden un fulgor de espejismo y los viandantes se refugian en el frescor de los portales. Está más tranquila de lo que esperaba. Sus dos mejores amigas se han empeñado en ayudarla a vestirse.
-¡Hemos acertado con la ropa interior!- exclaman regocijadas- ¡Fabio va a alucinar en colores cuando te desnude!
Se deja llevar por las sensaciones ajenas, lo ha decido así nada más poner los pies en el suelo esta mañana. Se conforma con la felicidad ajena de verla a ella vistiéndose de novia, con los ligueros como dos heridas de encaje sobre sus muslos maduros.
- Si no fuera por vosotras.
Sabe que a sus amigas les encanta sentirse imprescindibles y no las va a contrariar. Han dejado a los niños a cargo de sus maridos para estar con ella y colocarle la cola al salir del Rolls que ha alquilado el bueno de su padre. Luego evocaran ese momento fugaz mil veces.
La ciudad arde de sol y asfalto. No está bien que una novia lleve gafas de sol pero está tentada de ponérselas, para el sol y para las lágrimas que ha decidido no verter pero que sospecha que fluirán a pesar de todo. No te vas a acordar de nada, le había dicho su hermana. Todo será como una película y no te darás cuenta de muchos detalles. Yo ni me acuerdo de cuando dije sí quiero, fíjate.
Pero ella recordará cada mínimo detalle, cada gesto, cada insignificante minucia, todos los pormenores de la tarde. La música sincopada del cuarteto, el temblor de las manos de su padre al soltarla frente al altar, los sombreros como parabólicas orientadas hacia su felicidad, el guiño de su hermana al salir del Rolls, el beso de caramelo de su sobrino, el olor a incienso, el roce insistente de su lencería de Chantilly, el brillo acharolado del moño de la señora Pozzi, las manos sarmentosas del sacerdote, el minueto de Vivaldi, el sí quiero saliendo de los labios contraídos de Fabio, el amor es un címbalo que resuena y lo que resuena es Shine on you crazy diamond, una y otra vez cuando camina por la alfombra, cuando se agarra del brazo de Fabio, cuando sus ojos acuosos se detienen en las varas de lavanda, cuando el arroz y los pétalos de rosa salpican su vestido de brocado y en mitad de un silencio que ella sólo puede escuchar Fabio le dice al oído mientras los demás adivinan un te quiero:
- La transferencia ha llegado a mi cuenta. ¿Has visto como todo ha sido muy fácil, bambina?

Clara I. Aránega






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