Nadie alcanza la meta con un solo intento, ni perfecciona la vida con una sola rectificación, ni alcanza altura con un solo vuelo. Nadie debe vivir sin cambiar, ver cosas nuevas, experimentar otras sensaciones, y tener la capacidad de corregir sus errores. Nadie tiene el derecho de consumir el amor o la amistad de las personas si uno mismo no la produce.
(Autor Anónimo)

Un millar de grullas

jueves, 9 de diciembre de 2010
Después de este gran acueducto que hemos tenido y que para algunos ha resultado nefasto, (tranquil@s, no voy a hablar de los controladores) os propongo una entrada literaria para relajarnos del puente.


Así que tomad asiento en un lugar tranquilo, junto con una taza de té, unas pastas de naranja, buena música y disfrutad de este relato que ha escrito mi querida prima Clara.
Con él ha conseguido el primer premio del Concurso de cuentos «Valentín Andrés» de Grado Asturias.

Este año Asturias parece que tiene un vinculo con nuestra familia.

Espero que os guste


UN MILLAR DE GRULLAS

El hijo del señor Tanaka pasaba cada día bajo mi ventana. Por la mañana, antes de que el sol hiciera brillar a las azaleas, caminaba erguido con la esperanza de las cosas que pudieran ocurrir tirándole de la nuca y por las tardes, antes de que oscureciera y las vigas del tejado comenzaran a lamentarse al ir enfriándose, lo hacía cabizbajo como si las cosas que podrían haber ocurrido hubieran volado de su vista. Yo le espiaba siempre que podía. Le veía aparecer calle arriba y me quedaba muy quieta, agazapada contra la pared mientras el tejido de mi kimono rozaba el papel del tabique.

- ¡Fumiko! ¿Quieres venir a desayunar? Todas las mañanas tenemos que esperarte.

Mi madre sabía que yo espiaba al hijo del señor Tanaka. Me había descubierto hacía dos semanas porque mi rostro acalorado frente a la ventana le había hecho asomarse para mirar fuera.

- No es gran cosa ese muchacho. Deberías ser más prudente. ¿Qué pensará si te descubre mirándole?

Después de desayunar cambiaba mi kimono azul celeste por un traje sencillo de falda y chaqueta grises y me encaminaba a la fábrica textil reconvertida por necesidades de la guerra en una factoría de armamento. Todas las horas que pasaba allí las dedicaba a fantasear con el joven Tanaka y a esperar pacientemente el final de la jornada. De nuevo, al caer el sol, esperaba tras la ventana el pequeño placer de su figura. Su cuello ligeramente inclinado me recordaba el tallo mustio de una flor. La tristeza dejaba a su paso un surco sobre el asfalto. Y yo quería hacerle feliz.

El último domingo de julio mis compañeras de fábrica organizaron una excursión.

- ¡Vayamos a Miyajima! – propusieron alegres como si no hubiera nada más importante que hacer en el mundo.

Hacía mucho tiempo que no visitaba el Santuario Itsukushima. Mi padre nos había llevado más de una vez para celebrar el cumpleaños del emperador y todavía recordaba la quietud del lugar y el brillo de las aguas del que emergían las puertas del santuario. Para mí la inocencia y la calma de antes de la guerra iban unidas a la imagen radiante de la isla Miyajima. Yo había sido una muchacha alegre y despreocupada en aquel entonces, antes de que el miedo aplastara las semillas de mi alegría inocente igual que las bombas habían aplastado los tejados de nuestras ciudades.

Cuando le vi subir al barco el corazón comenzó a latirme tan deprisa que toda la sangre del cuerpo se me concentró en el rostro.

- Mirad quien está ahí, es el joven Tanaka- comentó Chikako sonriéndole descaradamente- dicen que ha vuelto de la guerra porque su cabeza no está muy bien.

Ya no fui capaz de disfrutar del paisaje ni de la conversación con mi compañeras, sólo la imagen del joven Tanaka con su cabello extremadamente corto resaltando entre el resto de viajeros ocupaba mi pensamiento. Tengo que hablar con él, pensaba. Necesito que Miyajima y él sean una sola cosa.

La espuma salpicaba el casco del barco. Los rizos del agua me mantuvieron un momento distraída de su presencia que inundaba por completo la suave luz del domingo y en ese fugaz instante en que el centelleo reverberaba sobre la fina piel del agua y mis ojos se estremecían por su belleza fue cuando una voz me habló quedamente como no queriendo perturbar la magia de mi silencio.

- Si miras mucho el mar tus ojos se contagiarán de su color.

Al verle junto a mí en la cubierta temí desvanecerme y arruinar el encuentro. Agarré firmemente el pañuelo que cubría mis cabellos pues la brisa amenazaba con hacerlo volar como a una grulla revoltosa.

- ¿Y ocurrirá lo mismo si se mira cualquier otra cosa?

- Si es hermosa, sí.

Su cara era armoniosa pero sus ojos dejaban escapar una tristeza que alargaba sus gestos. Me hacía recordar el maquillaje exagerado del kabuki en que los trazos negros sobre los párpados de los actores transforman un rostro normal en otro cuya tristeza es infinita. Una fina cicatriz delineaba el contorno de su mandíbula derecha. Advirtió la indiscreción de mi mirada que ya corría hacía la plancha azul del mar.

- Me derribaron cerca de Okinawa. Salté en paracaídas sobre un islote donde permanecí más de una semana en soledad. La falta de agua casi me vuelve loco.

Todos los manuales sobre la prudencia y el saber estar femeninos que había estudiado en la escuela los dejé arrinconados en el momento en que me descubrí ante él.

- Hace semanas que te espío tras la ventana de la sala del té. Por la mañana y por la tarde, con la paciencia de quien espera un milagro. Se te ve tan triste que cada día me pregunto cómo podría hacerte feliz...

- Es difícil hacer feliz a un hombre que ha hecho la guerra-. Su voz quebrada persiguió a mis ojos sobre el agua rizada.

- Me llamo Fumiko.

- Yo soy Kusakabe.

El perfil de la isla Miyajima surgió de pronto entre la bruma. Parecía el lomo de un búfalo de agua emergiendo de un arrozal encharcado. El joven Tanaka se quedó callado un buen rato mientras mis amigas parloteaban entusiasmadas por la novedad de nuestra charla en la cubierta de la embarcación.

Apenas intercambiamos dos o tres palabras más. Al descender del barco en el muelle de Miyajima nos despedimos sin hablar. Con un leve movimiento de su mano me separó de él. Sólo añadió:

- No debemos dar pie a conversaciones maliciosas. Tus amigas no dejan de mirarnos.

Mis recuerdos de la isla y del santuario se iban haciendo reales en la sombra de los pinos o en el vuelo gracioso de las gaviotas. Al respirar el aire cargado de paz me parecía adivinar la silueta de Kusakabe tras los arriates de flores. Habría sido hermoso caminar junto a él en mitad del bosque pero su brusquedad al obligarme a separarnos en el muelle me dolía como el mayor de los desprecios. De vuelta a Hiroshima en el último barco de la tarde me di cuenta de que el joven Tanaka me observaba desde lo alto de la cubierta principal. Ignoré su presencia despiadadamente aun a pesar de anhelar oír su voz junto a mi. Estuve tres días sin espiarle desde la ventana.

A los cuatro días de la excursión al santuario mi madre me llamó a gritos desde la cocina.

- ¡Es el joven Tanaka!

Con la precipitación de mi carrera hacia el teléfono me tropecé con las esterillas y al caer rompí un valioso Raku rojo. Un pequeño trozo de la vasija quedó incrustado en mi mano derecha y la sangre comenzó a brotar como si el Raku rojo perdiera su color a través de mi sangre. El dolor me mortificaba pero mi voz sonó clara y decidida.

- Buenas tardes. Sí, he tropezado en la cocina y se ha roto un Raku antiguo que mi madre suele usar en la ceremonia del té.

Kusakabe había oído el ruido de la vasija al estrellarse contra el suelo.

- De acuerdo. Acudiré con mi madre, muchas gracias.

Mi madre me miraba expectante. En lugar de venir en mi auxilio para limpiarme la herida se quedó muy quieta con las manos jugueteando con el obi de su kimono.

- La señora Tanaka nos ha invitado mañana a la ceremonia del té.

- Ese Raku tenía más de doscientos años. No es de buen agüero romper una vasija de cerámica el mismo día que un hombre te invita a la ceremonia del té.

A mí todas las supersticiones de mi madre me daban igual. Intentaba ignorarlas como hacen las cometas con las ramas de los árboles para no enredarse y caer al suelo vencidas por su resistencia. A veces la contentaba con alguna ofrenda en el templo pero en aquella ocasión, para vencer la superstición del Raku, me obligó a pasar la noche sumergida en una bañera repleta de pétalos de azalea.

- Mi madre siempre lo hizo así y fue la mujer más feliz del mundo- me replicaba con un deje cantarín.

El kimono que elegí para la ocasión era muy elegante. Me lo había regalado mi padre poco antes de que empezara la guerra y no había tenido muchas oportunidades de lucirlo. La seda color salmón del fondo contrastaba vivamente con los tonos azulados de los ramos de peonías y las diminutas gaviotas grises. Antes de salir de mi habitación rocié mi cuello con un perfume de canela y flor de azahar.

Yo no era una muchacha bella. Era una muchacha corriente. Mis ojos eran grandes y expresivos pero de un color pardo extraño. Nadie en mi familia tenía unos ojos del color del té aguado. Mi tez blanquísima era extremadamente sensible y cualquier roce o cambio de temperatura la hacia florecer de un sonrojo inoportuno que me avergonzaba. La redondez de mis senos siempre había provocado la envidia de mis amigas. Ellas eran lisas como un tatami.

La señora Tanaka nos esperaba en la entrada principal. La conocíamos del vecindario pero nunca habíamos hablado con ella. Me sentía cohibida. Al entrar en la sala del té, Kusakabe se incorporó para saludarnos. Sonrió por primera vez y el papel de las paredes se iluminó como lo hubiera hecho con la luz de un relámpago. En ese momento ya no parecía un actor triste del kabuki. Me pareció percibir un leve temblor de sus manos al colocar el té en el tazón y también al verter el agua caliente. El batidor de bambú imitaba la forma de una pluma de grulla. Apenas nos miramos directamente a la cara. Nuestras madres hablaban sin parar.

- Es un hermoso tazón. ¿Un recuerdo de familia?

Era el cumplido estipulado. No halagar la cerámica habría sido considerado muy poco elegante.

- Esa herida de tu mano- comenzó Kusakabe- parece muy profunda.

Mi madre no me dejó responder. No quería que se recordara el asunto del Raku.

- Un accidente en la cocina. Fumiko es una estupenda cocinera.

Al salir de aquella casa en lo alto de mi calle ya estaba enamorada de Kusakabe. Al despedirnos me pidió que el domingo siguiente le acompañara a Miyajima.

- Voy cada domingo allí. La paz que tanto echaba de menos en la guerra la encuentro en cada rincón de la isla. ¿Me acompañarás, Fumiko?

Al pronunciar mi nombre por primera vez advertí un brillo cálido en sus ojos. Fue un beso sin labios, así lo sentí al ir caminando calle abajo. Mi madre, ajena a mis sentimientos, se recreaba en las hermosas telas pintadas a mano con que los señores Tanaka decoraban su espaciosa sala del té.

- Tienen dinero y buen gusto. Espero que el asunto del Raku no eche a perder el noviazgo.

A la mañana siguiente volví a mi puesto de vigía nada más levantarme. Era un día tormentoso con nubes oscuras como la panza de un cuenco sucio. Kusakabe me buscó en la fachada con su mirada. Le respondí con un leve arqueo de las cejas. El joven Tanaka parecía más estirado al ir salvando los charcos que salpicaban la calle. Pensé en los sapos del estanque Shukkeien y volví a sonreír antes de escuchar la voz de mi madre llamándome para desayunar.

Esa misma mañana las alarmas antiaéreas sonaron un par de veces. El peso del terror me dejaba casi siempre paralizada. Mis compañeras de la fábrica corrían ligeras al refugio pero yo era incapaz de moverme de mi puesto.

- ¡Vamos, Fumiko! ¡No te quedes ahí con esa cara de tonta!- gritaba Chikako.

En esas ocasiones imaginaba el mundo sin mí. Estaba tan segura de que al día siguiente volvería a amanecer estuviera yo sobre él o no que el correr a refugiarme me parecía inútil. Mi vida era algo ínfimo que no alteraría el curso de los acontecimientos. Sólo al recordar las sabias palabras del emperador haciéndole ver al enemigo que tendrían que acabar con cien millones de japoneses, uno por uno, para darnos por vencidos, mis piernas reaccionaban y empezaban a moverse por lo general cuando las alarmas volvían a sonar para indicar que el peligro había pasado ya.

- ¿Se puede saber qué te ocurre?- me zarandeaba Chikako al regresar del refugio- ¿No tienes miedo?

- Sí, pero no a la muerte. Me da miedo no saber qué hay tras ella, que los cerezos florezcan de nuevo y sin embargo yo no los vea. Que las mareas cubran año tras año el santuario Itsukushima y yo no esté allí para hacer una ofrenda.

Me dejaban tranquila y yo continuaba insertando arandelas en las válvulas de una maquinaria que seguramente también me sobreviviría.

El primer domingo de agosto fue un domingo extraño. En el barco, camino de Miyajima, Kusakabe parecía otro. La expresión alargada de su rostro se había convertido en una relajación alegre que le llenaba los ojos del mismo brillo de las aguas que nos iban dejando paso en el Mar Interior. Había sido un gesto muy atrevido para nuestra primera cita pero me había gustado tanto que el pequeño brote de amor que germinaba en mi interior se había abierto un poco más al sentir sus labios calientes sobre la herida de mi mano.

- No fue en la cocina- le confesé cerrando los ojos- fue con el Raku antiguo que rompí en mi carrera hacia el teléfono el otro día.

- Entonces fue por mi culpa. Me gusta tu sinceridad. Ya que tu eres sincera déjame que lo sea yo también.

Nos colocamos en la proa. El aire salado llenaba nuestros pulmones. Alguien entre la gente comentó que seríamos un blanco fácil para cualquier bombardero. Kusakabe me miraba formal.

- Sabía que me espiabas tras la ventana de la sala del té. Desde la calle el reflejo azulado de tu kimono parece un pequeño espejo en la fachada de tu casa.

Cuando le confesé el domingo anterior que lo espiaba ni me sonrojé ni mis ojos se entornaron y sin embargo tras su confidencia la piel de mi rostro se acababa de transformar en un lienzo escarlata desde el nacimiento del pelo hasta el borde mismo de mi escote. Apartó sus ojos para no importunarme y al bajar del barco sus manos apartaron un mechón de pelo atrapado entre mis labios.

Antes de adentrarnos en el santuario, Kusakabe compró ostras. Unas ancianas las vendían en el muelle. Nos hicieron un envoltorio de papel que fuimos deshaciendo lentamente sentados en una piedra cubierta de musgo.

-¿Vas a volver?- le pregunté temerosa sin detallarle dónde.

- Dentro de dos semanas he de incorporarme a mi base en Kobe. Querida Fumiko, cuando la muerte te deja escapar de sus garras ya nada vuelve a ser lo mismo.

- ¿Cómo es?

Las conchas de las ostras se deslizaron por la piedra cubierta de musgo hasta la hierba del suelo. La relajación alegre que llenaba sus ojos en el barco desapareció.

- Para mí ha sido benévola. Ha tenido el detalle de darme una tregua en la que te he conocido. Pero no es más que una trampa, en cualquier momento pasará a cobrarme su diezmo.

Un ciervo se quedó mirándonos un instante, con el desconcierto brillando en sus ojos acuosos. Kusakabe le lanzó una concha de ostra y el animal se perdió entre los pinos.

- Mira el torii del santuario, Kusakabe. Lleva ahí cientos de años. Somos tan poca cosa al lado del torii.

- Sí, pero no olvides que unas manos como las tuyas y las mías construyeron esa puerta. Unas manos que pervivirán en ella durante siglos.

- ¿Tienes miedo cuando vuelas en tu avión en mitad del silencio?

- No hay tal silencio, Fumiko. Los motores rugen al mismo compás que mis pensamientos o los latidos de mi corazón. El silencio llega luego, en tierra, con el miedo caminando de su mano. Dicen que los soldados somos valientes pero no es verdad. Es como si en una habitación iluminada te taparas los ojos. Tú no verías la luz pero eso no significa que la luz haya desaparecido. ¿Me comprendes?

- ¿Y si alguien apaga la luz mientras estás con los ojos tapados y al abrirlos no sabes dónde estás?

- Eso es lo desconocido. La raíz del miedo. En la isla, cuando me derribaron lo sentía a cada momento, cuando la sangre no paraba de brotar de la herida de mi mandíbula, cuando me moría de sed, cuando la noche me hacía tiritar de frío y no sabía dónde iba a despertar al día siguiente.

La frente de Kusakabe se cuajó de pequeños cristales y no quise continuar aquella conversación. Kusakabe sufría. Ya no era el mismo del barco. Volvía a su semblante sombrío de por las mañanas cuando pasaba bajo mi ventana.

- Olvidemos todo eso. Hoy es nuestro primer domingo juntos y no debemos hacerle un hueco a la tristeza. Mañana será otro día y pasado otro y así sucesivamente. No habrá nunca más otro cinco de agosto de mil novecientos cuarenta y cinco. Sólo el torii del santuario será testigo durante siglos de todos los mañanas que quedan por vivir pero el día de hoy es irrepetible. Entremos en el santuario.

Fue un domingo extraño porque a la vuelta, mientras Kusakabe me tomaba de la mano sobre la cubierta del barco, una bandada de grullas rechoncha y gorda como una nube oscura de tormenta pasó volando sobre nuestras cabezas. Se dirigían hacia el norte. La gente alzó sus ojos para seguir su camino con la vista. Estaba empezando a oscurecer y si las turbinas del barco se hubieran parado habríamos podido escuchar sus graznidos.

- ¡Qué raro, grullas cruzando el mar!

- No es raro, Fumiko. Son el millar de grullas de papel que hice y que ya vuelan libres porque me han concedido el deseo de conocerte.

Me despidió en el umbral de mi puerta y me giré para verle alejarse calle arriba. Aquella tarde había decidido hacerle feliz el resto de su vida.

A la mañana siguiente emboscada tras la ventana de la sala del té esperaba verle aparecer una vez más. Mi último recuerdo de antes del resplandor es el roce de mis dedos sobre la seda azulada de mi kimono y Kusakabe levantando la mano al otro lado de la calle. Kusakabe tenía razón. La muerte apenas tardó en pasar a cobrarse su diezmo.



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24 comentarios:

isabel dijo...

Emocionante. Me ha gustado muchísimo. Felicita a tu amiga de mi parte.
Un besín

Tito dijo...

Gracias por esas pastas y enhorabuena a tu prima por tan excelente texto! no sé porque pensé que sería cortito pero..... tela! jajaja!!! ha sido un gustazo leerlo!

;-)

Viena dijo...

¡Qué maravilla! Lo he leído de un tirón, encantada y maravillada de esa sensibilidad con la que está escrito el relato. No me extraña que ganara el concurso. Mis felicitaciones a esa escritora.
Un beso.

Unknown dijo...

Qué delicia de texto!!. cuanto más leía, más quería seguir leyendo. Está lleno de sensibilidad, de ternura, de amor, de tristeza. Qué bonito poder reunir tantos sentimientos. Enhorabuena a tu sobrina, sin duda se merecía ese premio. Me ha llegado al alma!!!. y gracias por compartirlo.

Melania Daniela dijo...

Me qued leiendo la história delante de un tazón de té y unas pastitas de estas. Que sensibilidad y que emocionante!

Unknown dijo...

Que maravilla de relato!!. cuanto más leía, más quería leer. Me ha encantado!!. está lleno de ternura, de amor de sufrimiento, reune tantos sentimientos.......
Felicita a tu sobrina porque no me extraña que haya ganado ese premio. y gracias a tí por mostrárnoslo. besos.
(pensé que ya te había enviado un comentario y veo que no está). ???-

veto dijo...

Precioso relato.
Mi mas sincera enhorabuena a la escritora.

Cuanta sensibilidad....

Tendrás que reponer las pastas de naranja, porque con la emoción no he dejado ninguna.

Besos

LA COCINERA DE BETULO dijo...

Felicidades a tu prima Clara.
Un relato lleno de emoción, aunque un tanto agridulce.
Besos.

Oli dijo...

Enhorabuena a la escritora. Felicítala por su inmensa sensibilidad.Un besote de OLI de ENTREBARRANCOS

Rosa dijo...

Enhorabuena a tu sobrina. Un relato precioso. Me has hecho pasar un buen rato mientras me tomaba un café. Solo me ha faltado una de tus galletas de naranja ;)

Unknown dijo...

Pues ya he visto que si te lo había enviado.

Konfusión - Vanessa Bellido dijo...

Deliciosas pastitas.... Y el cuento de tu prima me encanta, muy emocionante!! dale la enhorabuena de tus amigos bloggeros... Mi cuñada también escribe cuentos y hace poco se animó a abrir un blog: http://www.leemeuncuento-luc.blogspot.com/

Muchos besos y gracias por esta entrada tan maravilosa!!... Buen fn de semana!

EL BRECHA dijo...

Hola Morena:

No es el primer relato que leo de Clara Aránega en tu página. Este ha cubierto con creces mis expectativas.

Cuando se inserta un texto de ficción en un marco histórico, se está atado a ciertas servidumbres geográficas, cronológicas, culturales. Sé que no descubro la pólvora al decir que todos estos aspectos están excelentemente resueltos. Sentimiento y talento narrativo están más que presentes en cada párrafo, pero creo que es algo meritorio y digno de resaltar el hecho de que se cuide tanto la coherencia de la peripecia de los personajes respecto al lugar y tiempo reales que habitan: la isla de Miyajima, el kabuki, el raku, la mención de la fecha que fue la víspera del lanzamiento.

En el estremecimiento de las últimas líneas, uno parece ver ese resplandor trágico que acompañó a la hecatombe.

Sinceras felicitaciones a la autora y gracias a ti Morena por poner este islote literario en medio de la blogosfera cocinillas.

Besakos Bastardos.

fresaypimienta dijo...

Felicidades a la escritora, un gran texto!!! y ala cocinera por las galletas de naranja ;) un besito

bizcocho mundiales! dijo...

Que linda historia. La guerra destrulle pueblos y seres humanos. Nathalie(mundo bizcocho)

Konfusión - Vanessa Bellido dijo...

Hola!!!

Hace unas semanas me dieron un premio al blog de oro, esto conlleva ke debo otorgáselo a otros 10 blog, así ke he decidido ke tu blog sea uno de los premiados.... Sé el tiempo ke conlleva seguir esta cadena, así ke si no eres partidario de seguirla por falta de tiempo te kedas el premio todito para tí ; )

Muaksssssssssss

Vanessa Bellido
http://konfusion-cocina.blogspot.com

maria dijo...

Magníficas las galletas y es abrumante el relato, le das la enhorabuena a esa magnífica escritora

Anónimo dijo...

Yo ya he conseguido relajarme, y aunque no he podido disfrutar de las estupendas galletas de naranja, sí que he podido deleitarme con este cuento fantástico. Tienes una prima con un don increible para la literatura, y sin duda alguna el premio es merecido. Sin dudarlo!!!
Sabes? Me dicen que tengo algo de pitonisa, y algo me dice que Clara va a triunfar.
Un relato singular y bien estructurado. Interesante y ameno.
Una maravilla. Se nota que me gusta leer?? Ja ja!!!
Un beso, preciosa.

Sonia dijo...

Hola!!Me he colao un segundito en tu cocina y me encanta!! Ya tienes una seguidora más, nos vemoss!

Un besooo

sacerdotisadeisis dijo...

Hola guapa,

Vaya con tu primita. Menuda escritora está hecha. Me ha encantado la historia y la forma de contarla. Es preciosa. Dale a Clara las gracias por compartirla con nosotros y a ti también.

Un besito para las dos,

Sacer

365 sonrisas dijo...

Felicidades por el pack que nos has traido en este post. Un beso y espero que el vínculo con Asturias se fortalezca aún más :)

Pame Recetas dijo...

Qué lindo escribe tu prima Clara, felicitaciones! que hay pluma en la familia!!

Tito dijo...

vamos! que será capaz de irte así de rositas sin contarme el chiste de los buzos! jajajjaa!!! pordiosss morenaaaaa ahora me lo cuentassss!!! jajajaa!!!! yo me sé uno de buzos pero no sé que me da que no es el mismo! jejeje!!!

buen finde maja!!

;-)

Eva dijo...

Muchas gracias por llevarme de nuevo allí, disfrutar nuevamente con la imagen del torii y recordar la extrema sensibilidad japonesa .... Me ha gustado muchísimo!!! Felicidades!!,